En el mundo de la inversión, cuanto más riesgo tiene una inversión generalmente mayor es la rentabilidad. Con un plazo fijo, la rentabilidad suele ser mucho menor que por ejemplo si invertimos en bolsa, ya que mientras en el primero la probabilidad de que perdamos el dinero es muy baja (sólo podríamos perder todo el dinero si el banco donde tengamos el dinero quiebra) en el segunda caso la posibilidad de perder todo o parte de dinero es mucho más alta (solo con que la empresa un año arroje perdidas, el precio de la acción bajaría y nosotros perderíamos dinero).
Esto ocurre, salvo excepciones, en la mayoría de las inversiones. A partir de aquí los economistas han creado muchas herramientas que relacionan la rentabilidad con el riesgo, para poder saber si cuando invertimos en algo estamos asumiendo más riesgo del necesario en relación con los posibles beneficios que nos da esa inversión o, dicho coloquialmente, si nos estamos jugando demasiado en esa inversión para tan poca rentabilidad.
Una de las herramientas más importantes en este sentido es el ratio de Sharpe, creado por el economista de la Universidad de Stanford William Sharpe, que en 1990 fue galardonado con el premio nobel de Economía.
El ratio de Sharpe lo que hace es comparar las rentabilidades de dos inversiones para un mismo nivel de riesgo. Para su cálculo se analiza dos inversiones con una inversión de referencia cuyo riesgo es muy bajo (generalmente inversiones en renta fija de algún estado solvente) y a partir de ahí se calcula el ratio de Sharpe.
El resultado es un número que, cuanto más alto es, nos está diciendo que la rentabilidad es mayor en relación con su riesgo. Cuanto más bajo es, el ratio dice que estamos asumiendo un riesgo innecesario para la escasa rentabilidad que nos da esa inversión.
Por tanto, los inversores siempre buscan inversiones cuyo Ratio de Sharpe sea muy alto, ya que aunque puede ser que esas inversiones tengan mucho riesgo, la alta rentabilidad de ellas justifica su inversión.
Más información sobre su cálculo: Wikipedia